La pandemia por la covid-19 ha alterado nuestra realidad cotidiana en muchos aspectos, desde el modo en que consumimos a cómo nos relacionamos con nuestros semejantes, pasando por los hábitos laborales. Es de suponer que algunas de esas transformaciones se prolonguen una vez superada la crisis y el mundo se sitúe de lleno en esa nueva realidad. Así, es fácil prever que la normalización del teletrabajo, por ejemplo, trascienda la etapa de los confinamientos y a partir de ahora se convierta en un escenario ampliamente aceptado. El campo de la educación no ha sido ajeno a estos cambios y, de igual forma, se enfrenta a un nuevo panorama. De lo aprendido durante la propagación del coronavirus pueden extraerse conclusiones que sirvan para afrontar los nuevos desafíos y oportunidades en el ámbito de la enseñanza.
Dicho de otro modo: no solo hay que repensar la educación en la era post-coronavirus, sino que se impone plantear si puede aprovecharse el delicado momento para introducir mejoras en este ámbito. En ese sentido, un primer paso, a juicio de los pedagogos, es verificar si el plan de estudios actual es sostenible ante la eventual llegada de epidemias, desastres naturales y emergencias de todo tipo. Convertir en materia docente los contenidos relacionados con la prevención y la actuación en dichas situaciones puede resultar valioso; el principal problema que entraña es que la información a este respecto aún es temprana y difusa, en todo el planeta. “La pandemia de covid-19 sin duda sorprendió los sistemas educativos con la guardia baja. Esta situación reveló lagunas en los planes de estudios. Uno de los pasos para abordar esta brecha es desarrollar un conjunto de competencias de preparación que formen parte del currículo”, señala Michael B. Cahapay, profesor de Educación de la Universidad de Mindanao (Filipinas), en un estudio publicado en mayo de 2020.
Herramientas
La curiosidad innata de niños y adolescentes puede propiciar una respuesta por parte de los maestros, de manera que adiestren a sus alumnos para que dispongan de herramientas para cuidarse y se sientan seguros, tranquilos y motivados. El rango de enseñanzas puede ir desde inculcar la importancia de la higiene a, como hizo Frank Wang, profesor y presidente de la Escuela de Matemáticas de Oklahoma (EE UU), aplicar conceptos matemáticos a supuestos de pandemias. Imaginando un foco vírico que surge en Las Vegas –ciudad pequeña que visitan 40 millones de personas al año– durante solo un par de días, Wang reta a sus alumnos a calcular periodos de incubación y ratios de mortalidad.
«Lo que se está desarrollando es una catástrofe, pero también es un momento para compartir matemáticas ricas y enseñar sobre los conceptos del cálculo: las matemáticas del cambio. Para los jóvenes, puede ser una forma de motivar su aprendizaje de matemáticas”, ha declarado Wang.
Más allá de entrenar a los jóvenes en capacidades relacionadas con la enfermedad, los expertos ven la actual coyuntura como una ocasión para implementar los planes de estudios, en los que el papel de la tecnología desempeña un papel esencial. En la primera mitad de 2020, millones de niños y adolescentes de toda España –y del mundo– lidiaron con el último tercio del curso de forma telemática; implícitamente, se asumió que las nuevas tecnologías sirven para compartir conocimiento académico. En aquellos meses se hizo de forma improvisada, pero cabe analizar si nos encaminamos hacia una modalidad de enseñanza mixta (presencial y on line).
En agosto, el diario estadounidense The Washington Post, en colaboración con Schar School, llevó a cabo una encuesta en la que se preguntaba a padres y madres de aquel país qué sistema preferían para sus hijos este otoño; la mayoría, un 44%, se inclinó por una modalidad mixta (un 39% abogaba por un método por completo online, mientras que solo un 16% se mostraba partidario de clases presenciales). Naciones Unidas, en su documento Education during covid-19 and beyond (Educación durante la covid-19 y más allá), señala: “El paso a la educación a distancia ha sido una oportunidad para expandir las modalidades de aprendizaje flexibles, preparando el escenario para un cambio sostenido hacia un mayor aprendizaje en línea en este subsector en el futuro”.

Reconstrucción del sistema
Claro que la apuesta por la tecnología acarrea unas desigualdades a las que antes habría que poner solución. Desde la ONG Save The Children exponen que “esta crisis es una oportunidad para reconstruir el sistema educativo en términos de inclusión y equidad y, ante todo, garantizar que la nueva normalidad educativa no deje a ningún niño o [ninguna] niña atrás”. En su documento Covid-19: Cerrar la brecha plantean ocho ejes de actuación para evitar la brecha tecnológica, entre los que se incluyen la aportación de medios digitales a todo el alumnado y recursos extra a los centros con alumnado desfavorecido para reducir la repetición y la segregación.
En la modalidad mixta vuelve a cobrar protagonismo (como ocurrió en la cuarentena) la tutela de los padres. El papel de estos, como indica Carmen Urpí, doctora en Pedagogía y profesora en el Departamento de Educación de la Universidad de Navarra, “sería no tanto el de convertirse en docentes, sino, sobre todo, en padres, brindando soporte moral y afectivo. Se trata menos de obtener resultados y más de recorrer juntos el camino para alcanzarlos, siendo atentos y comprensivos unos con otros”.
Otro debate que plantea el nuevo escenario es el contenido curricular. Venimos de un curso en el que la dificultad (por lo novedoso) de la educación online ha dejado contenidos sin cubrir. ¿Habría que concentrarlos en el futuro? Desde Save The Children proponen “priorizar y condensar el currículo de varios cursos desde un enfoque competencial”.
«Esta crisis es una oportunidad para reconstruir el sistema educativo en términos de inclusión y equidad y, ante todo, garantizar que la nueva normalidad educativa no deje a ningún niño o [ninguna] niña atrás»
Save The Children
La escuela que viene
Carlos Magro, presidente de la Asociación Educación Abierta, sostiene que “esta crisis ha puesto sobre la mesa unos currículos sobrecargados e imposibles de abordar y quizá sea el momento de pensar qué es lo importante y lo imprescindible en la enseñanza obligatoria”. Así lo manifestó en el webinar La escuela que viene, organizado recientemente por la Fundación Santillana.
El estudio Schooling disrupted, schooling rethought. How the covid-19 pandemic is changing education, elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Universidad de Harvard, dedica un apartado a “reequilibrar el plan de estudios”: “En la mayoría de los casos, las escuelas serán entornos más restringidos de lo que son normalmente, aumentando la cantidad de tiempo necesario para el lavado de manos y la higiene, por ejemplo, reduciendo la posibilidad de trabajo colaborativo, deportes u otras actividades extracurriculares que requieran un contacto físico cercano en otros. (…) Este trabajo de reequilibrio curricular es una oportunidad no solo para responder a las condiciones inmediatas que ha creado la crisis de salud pública, sino para abordar la importante tarea de construir las escuelas del siglo XXI”.
La Unión Europea lleva unos años (desde 2003) instando a las autoridades educativas de los países miembros a potenciar la educación por competencias y no por contenidos. El proyecto de la OCDE Definición y Selección de Competencias (DeSeCo) define la competencia como “la capacidad de responder a demandas complejas y llevar a cabo tareas diversas de forma adecuada. Supone una combinación de habilidades prácticas, conocimientos, motivación, valores éticos, actitudes, emociones y otros componentes sociales y de comportamiento que se movilizan conjuntamente para lograr una acción eficaz”. Puede que haya llegado el momento de apostar por ello.
Necesidades emocionales
Por último, la escuela debe atender las necesidades no solo formativas de los alumnos, sino también las emocionales. Como subraya el antropólogo Jesús Morales, “el punto de partida sería motivar la autorreflexión, como un proceso que nos permita impulsar nuestra capacidad de adaptación al cambio. Ello implica integrar a la educación emocional como medio para consolidar nuestro crecimiento personal y mejorar nuestro funcionamiento interpersonal”.
La modernización de la enseñanza es una asignatura pendiente desde hace años. Muchos se venían quejando de que los métodos educativos eran los mismos a principios del siglo XXI que a mediados del pasado. La covid-19 y la “nueva normalidad” pueden haber acelerado esa adaptación a un mundo marcadamente tecnológico, en el que cobran cada vez más relevancia las competencias y emociones de todos, en especial las de los más pequeños.