Hoy vivimos 30 años más que hace un siglo gracias a las vacunas; es el tratamiento médico que más ha contribuido a aumentar la esperanza de vida. Para la medicina han representado un salto gigantesco, como explica Ángel Gil, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid: “Han supuesto un cambio radical en la incidencia de las enfermedades infecciosas, muchas de ellas se han erradicado y otras se han controlado”.
Sin embargo, a pesar de la evidencia científica, en los países occidentales cada vez se registran más brotes de enfermedades como el sarampión entre niños que no estaban vacunados, en algunos casos con resultados mortales.
En abril comenzó a utilizarse en Malawi (África) la primera vacuna contra la malaria, una enfermedad que, según la OMS, mata a más de 600.000 personas al año, el 82% menores de cinco años. Desarrollada por el equipo encabezado por el español Pedro Alonso, del Hospital Clinic de Barcelona, no erradica la enfermedad, pero reduce en un 36% los casos entre los vacunados a partir de los cinco meses. Casi nadie pone en duda los beneficios de la inmunización en este caso, pero sí hay algunos profesionales sanitarios y cada vez más padres que cuestionan la oportunidad o la eficacia de otras vacunas. Aducen que es un tratamiento cuyos efectos secundarios se desconocen a largo plazo y es innecesario porque se aplica para atajar enfermedades que en muchos casos no son graves.
El debate.
Al argumentario básico de los antivacunas se suma el debate entre los profesionales, que ahonda en la confusión. El último se suscitó en España en 2015 a propósito de la conveniencia o no de incorporar la vacuna de la varicela al calendario de vacunación infantil entre los doce y los quince meses en vez de a los 12 años como ocurría hasta entonces. La Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) se posicionaba en contra porque los casos más graves de la enfermedad se registran en la edad adulta y consideraban que era suficiente con vacunar a los 12 años, pero la Asociación Española de Pediatría (AEP) abogaba por adelantarla porque en la niñez la varicela puede dar lugar a problemas graves como neumonías.
¿Debería ser obligatorio vacunarse?

La mayoría de los especialistas están de acuerdo en que las imposiciones no suelen dar buenos resultados en salud y abogan más por persuadir a los padres de los beneficios del tratamiento. Así se ha conseguido eliminar o casi hacer desaparecer enfermedades como la viruela, la meningitis, el sarampión, la rubéola, el tétanos, la polio, la tos ferina o la difteria. “Hay que desmontar la información errónea que tienen algunas personas sobre las vacunas enfrentando ciencia a creencia”, apunta el catedrático Ángel Gil. La obligatoriedad de vacunarse solo se impone en un caso: cuando hay peligro para la salud pública, como ocurrió en 2011 en el barrio del Albaicín de Granada donde 36 niños sufrieron un brote de sarampión porque en el colegio donde estudiaban había 58 menores sin inmunizar. La Junta de Andalucía impuso entonces el tratamiento, con el amparo de la Justicia, en una medida sin precedentes en España.
El debate tuvo un efecto devastador porque instaló entre la población la duda, lo peor que puede ocurrirle a una medida de salud pública. Ya ocurrió en 2009 cuando la gripe A situó a medio mundo en un estado muy cercano a la histeria ante la falta de vacunas para hacer frente a un virus que se había demostrado extraordinariamente letal. Ángel Gil apunta que en estas situaciones es imprescindible transmitir seguridad a la opinión pública, y para ello las autoridades sanitarias deben actuar con rapidez: “Falta un mensaje claro, creíble e inmediato. Cuando hace unos años murió una niña en el Reino Unido después de haber sido vacunada contra el virus del papiloma humano (VPH), a las 24 horas las autoridades difundieron un documento donde se dejaba claro que no existía una relación causa-efecto entre el tratamiento y la muerte”.
“La tasa de vacunación infantil en España alcanza el 95% y el 99% de los profesionales sanitarios aceptan los beneficios de la inmunización”
Ángel Gil, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid
La falta de información y transparencia por parte de las administración es el mejor escenario para los activistas antivacunas. Los hay que aceptan la inmunoterapia en caso de epidemia y solo cuestionan la vacunación obligatoria y sistemática de toda la población, pero otros rechazan cualquier tratamiento de plano, a pesar de que las consecuencias adversas que denunciaban de algunas vacunas, como la triple vírica, se han demostrado falsas. Andrew Wakefield publicó en 1998 en The Lancet un artículo en el que sugería una relación entre la inmunización contra la rubéola, el sarampión y las paperas y la aparición de nueve casos de autismo en niños. El Consejo General Médico de Gran Bretaña comprobó en 2010 que los datos habían sido manipulados y le impidió ejercer. The Lancet retiró el artículo y reconoció su error por publicar un texto sin base científica alguna.
La evidencia medica sobre las vacunas es contundente, pero la imagen que los grupos que las combaten proyectan sobre ellas es la de una medida de salud pública en entredicho. ¿Lo están realmente? Ángel Gil, apunta unos datos que desmienten esta idea: “La tasa de vacunación infantil en España alcanza el 95% y el 99% de los profesionales sanitarios aceptan los beneficios de la inmunización”. No hay más que echar un vistazo a la historia para comprobarlos. La viruela, que en el siglo XX provocó entre 300 y 500 millones de muertes en todo el mundo, fue erradicada en 1979 gracias a un medicamento: la vacuna.